viernes, 20 de marzo de 2015

Tráfico de comida de calidad entre Hong Kong y China continental

Mientras que policías de aduanas de medio mundo se devanan los sesos para intentar acabar con el tráfico de drogas en sus fronteras, en los puestos que separan Hong Kong de Shenzhen son otros polvos blancos los que traen de cabeza a los agentes.
Porque, desde que en 2008 estallara en China el escándalo de la leche en polvo adulterada con melanina que causó la muerte de seis niños y la hospitalización de 300.000, Hong Kong se ha convertido para muchos en la única despensa segura de la zona con la que abastecer y alimentar a sus recién nacidos.
Por ello, el Gobierno de esta región administrativa especial fijó en febrero de 2013 un límite por persona de dos botes -1,8 kilogramos- de la codiciada fórmula infantil a la hora de salir por sus fronteras. La medida se adoptó no sin polémica, para evitar que se repitieran situaciones de desabastecimiento en las tiendas de Hong Kong como las vividas en los meses anteriores, algo que había provocado más de un enfrentamiento entre los locales y los visitantes que venían a comprar desaforadamente.
Pero no es sólo leche en polvo lo que los mainlanders, como aquí se denomina a los habitantes de la China continental, anhelan.
Dos veces al día, seis veces por semana, el veterano Jiang Liu va y vuelve de Shenzhen a Hong Kong cargado hasta los topes con todo tipo de productos. “Llevo pañales, leche en polvo, bombones, pasta de dientes, cosméticos, aceite o galletas”, dice. “Voy con una lista de todo lo que tengo que adquirir, lo compro en determinados locales y luego se lo doy a un tercero que se encarga de la reventa en los comercios de Guangzhou“.

Dinero fácil
Liu es uno más de entre la legión de 20.000 “comerciantes paralelos”, como aquí se les conoce, que, según las autoridades de Shenzhen, cruzan cada día la frontera en pos de un dinero fácil con el que algunos viven y otros complementan sus ingresos. “Un comerciante como yo puede ganar fácilmente más de 10.000 yuanes al mes (unos 1.400 euros)“.
Esta actividad, propiciada por los visados de entrada múltiple que desde 2009 autorizan a los habitantes de Shenzhen a cruzar la frontera tantas veces al día como quieran, no está exenta de riesgo. Vecinos de Hong Kong y diversos colectivos llevan varios años presionando a sus autoridades para que pongan fin a este tráfico que, según muchos de ellos, colapsa el transporte público, molesta a los vecinos, deja suciedad por todos lados y no les reporta ningún beneficio.
Declaraciones como las que hizo hace días la magistrada Bernadette Woo asegurando que este tráfico está “fuera de control” no han hecho más que caldear los ánimos.
Este creciente malestar se vio incrementado durante los últimos fines de semana, cuando decenas de hongkonenses, convocados por grupos como Civic Passion o Hong Kong Indigenous, se manifestaron en Tuen Mun o Sha Tin contra los compradores chinos que abarrotan estas conocidas zonas comerciales y a los que acusan de perturbar en exceso su vida diaria. Entre gritos de “Bebed vuestra propia leche” o “Mainlanders, váyanse a Mainland”, los vecinos se enfrentaron con dureza a los compradores y se produjeron varios altercados, lo que obligó a la policía a intervenir y a realizar más de 20 arrestos.

La cuestión legal
La legislación hongkonensa -diferente a la que rige en China en virtud del modelo de un país, dos sistemas- reconoce que ésta es una actividad que transgrede sus leyes. En su página web, el departamento de Inmigración informa de que, desde septiembre de 2012, la policía ha arrestado a 1.919 personas sospechosas de participar en este comercio paralelo, de las cuales 203 han sido condenadas a pasar unas semanas en la cárcel, mientras que las demás han sido repatriadas y se les ha prohibido volver a Hong Kong en al menos dos años.
Aunque la actividad de comprar productos para luego llevarlos al otro lado de la frontera en sí misma no es ilegal, sí que lo es el realizar esta actividad para luego buscar una compensación económica, un hecho que viola sus condiciones de estancia en la región. Sin embargo, tal y como reconoce Ronald Leung, de la Asociación del Distrito Norte contra el Comercio Paralelo, los agentes lo tienen “muy complicado” a la hora de demostrar que alguien está infringiendo la ley. “Sólo pueden reunir pruebas si el detenido no es capaz de explicar dónde ha adquirido los productos o no sabe cuánto dinero le ha costado lo que lleva, pero son pruebas muy débiles que en raras ocasiones sirven para algo”.
Por ahora, el deseo de los chinos por consumir productos de calidad es mucho mayor que el miedo a cualquier castigo. Y motivos no les falta para ello.
La cuestión de la seguridad alimentaria no es baladí. Con una clase media que no para de crecer y que cada vez exige productos de mayor calidad, en los últimos años el problema se ha colado entre los primeros puestos de las mayores preocupaciones de los chinos, al mismo nivel que la contaminación o por encima de la corrupción y el desempleo.

Mejoras
El Gobierno del Partido Comunista ha tomado buena nota de ello y hace tiempo que se puso manos a la obra. Según declara a EL MUNDO el representante en China de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el doctor Bernhard Schwartländer, “la seguridad alimentaria es una de las prioridades del Gobierno chino”.
“China está en el camino correcto”, asegura Schwartländer. “Sus autoridades están apostando por construir un buen marco regulatorio que garantice la salubridad de los alimentos. Está previsto que en la primera mitad de 2015 se apruebe la nueva legislación, y va a ser primordial que especifiquen los roles y responsabilidades de todas las instituciones a la hora de implementar y ejecutar esta nueva ley”.
Como asegura Peter Ben Embarek, experto en seguridad alimentaria de la OMS, “el problema no radica en la legislación, sino en su aplicación”. China cuenta con una normativa muy moderna, que cubre desde el proceso de producción hasta el de distribución y venta, pero el sector es inmenso y está tremendamente fragmentado. Comparadas con las 30.000 compañías que hay en EEUU, China cuenta con alrededor de 500.000 empresas dedicadas a la producción y procesamiento de comida, de las cuales un 70% tiene menos de 10 empleados.
Este ingente volumen explica, en parte, por qué es tan complicado garantizar que se cumpla con los exigentes estándares de seguridad. De hecho, para muchas pequeñas empresas sería tan costoso hacerlo que simplemente lo ignoran. A esto se suman las lagunas en la vigilancia y control, con un sistema que involucra a varias agencias gubernamentales a nivel nacional, provincial y local, donde a veces se superponen funciones y no siempre existe una coordinación eficaz. Todo ello, junto a la corrupción, los estrechos márgenes de ganancia y al deseo de ganar dinero fácil, provoca que introducir mala comida en el mercado sea sencillo y rentable.
“La industria de la alimentación todavía es muy inmadura”, sentenció Mathieu Labasse, vicepresidente de la empresa de auditoría de calidad Asiainspection, en la presentación de un informe. Según su estudio, el 48,1% de las empresas de procesamiento de alimentos en China no alcanza los estándares aceptables de calidad, algo que para ellos demuestra que la industria de la alimentación va 15 años por detrás del resto de industrias del país, en términos de tecnología y regulación.

Contaminación de los alimentos
Tanto el estudio de Asiainspection como el doctor Schwartländer coinciden al enumerar los problemas que afectan al sistema. Entre ellos, la contaminación de los alimentos con químicos, metales pesados y pesticidas; el excesivo uso de medicamentos veterinarios o el mal uso de los aditivos permitidos y el empleo de otros químicos prohibidos.
Con el aumento de la participación de China en los mercados agrícolas mundiales, la seguridad alimentaria hace tiempo que dejó de ser una cuestión local. Este cambio obliga al país asiático a ponerse al día con urgencia en las normas internacionales de seguridad al mismo tiempo que recupera la confianza de sus consumidores nacionales.
Pero hasta que ese momento llegue, los chinos no se van a quedar de brazos cruzados. Según el Comité de Turismo de Hong Kong, en 2014 más de 40 millones de mainlanders cruzaron la frontera con Hong Kong, y en diciembre hubo un aumento del 13,2% respecto al año anterior. Mientras el sistema de entrada múltiple no se modifique -algo que han solicitado algunos colectivos, pero que parece improbable por el momento-, las previsiones apuntan a que estas visitas se van a incrementar.
Pese al hartazgo de muchos hongkonenses con tanto trasiego en sus calles, la situación no tiene visos de cambiar a corto plazo. Cherry Ban, china de 36 años, lo tiene claro: “Los productos aquí son más seguros. No es por el precio, incluso son más caros que en China, pero yo siento que el control de calidad es mejor”. Y como ella, miles más. En el futuro, Hong Kong y su comercio paralelo pueden ser el termómetro con el que medir el nivel de confianza que depositan los ciudadanos chinos en sus propios alimentos. Los habitantes de la mayor economía del planeta están hartos de llevarse sorpresas y piden a gritos comida segura para sus platos.

‘Tengo un hijo de 6 meses y no quiero riesgos’
No pasa mes en el que la prensa china no airee algún escándalo alimentario. En la cámara de los horrores hay de todo: carne de rata o de pato macerada en orines de cabra y vendida como cordero; el aceite de alcantarilla fabricado a partir de los ya desechados por los restaurantes y que se mezcla con restos varios de animales; carne de gato vendida como conejo; o las espectaculares imágenes de entre 15.000 y 20.0000 cerdos muertos flotando sobre las aguas del río Huangpu días antes de que tuviera lugar una operación contra el tráfico ilegal de carne de porcino. 2014 tuvo también sorpresas, con el aliciente de que grandes cadenas como McDonald’s, KFC o Pizza Hut, que gozan de mayor confianza entre los consumidores chinos, también se vieron involucradas.
Una cámara oculta mostraba a los operarios de una fábrica mezclando carne de pollo caducada con otra fresca en unas condiciones bastante alejadas de la higiene recomendada. En diciembre, ocho personas fueron detenidas en Jiangxi por vender carne de cerdos enfermos.
Y la lista suma y sigue. “No confío en lo que se produce en China”, aseguraba una mujer apellidada Li momentos antes de cruzar la frontera de vuelta a su casa en Shenzhen. “Yo no lo revendo. Vengo aquí porque tengo un hijo de seis meses y no quiero correr riesgos”. Como ella, miles de personas ponen su confianza en todo aquello elaborado más allá de sus fronteras, sea Europa, EEUU, Japón o Corea.

Fuente: Agromeat

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