Aunque el optimismo se considera una cualidad deseable al momento de tomar
decisiones, el exceso de éste puede resultar fatal. Para el premio Nobel de
Economía Daniel Kahneman, los ejecutivos no suelen hacer un seguimiento de las
decisiones que se toman en sus empresas para descubrir qué desviaciones o
pronósticos equivocados pudieron llevar sus planes al fracaso. Y es que, a su
juicio, no están acostumbrados a pensar de manera rigurosa.
Sumado a esto,
el ser humano es naturalmente optimista y tiende a exagerar su propias
cualidades, lo que le impide ver con claridad el panorama de riesgo al tomar
decisiones y es común que se subestime el peligro.
Kahneman afirma que no es
imposible hacer planificaciones aterrizadas y racionales, pero que para ello, es
necesario contrarrestar el optimismo.
Con frecuencia se considera que el
optimismo es una cualidad deseable, pero usted descubrió que puede ser muy
perjudicial a la hora de tomar decisiones riesgosas. ¿Podría explicarnos la
razón?
El optimismo es uno de los principales responsables en la toma de
decisiones sesgadas. Es maravilloso ser optimista, porque nos mantiene
saludables y flexibles, pero no me gustaría que mi asesor financiero lo fuera.
Preferiría uno lo más realista posible. Dicho esto, también hay que tener
presente que el optimismo es el motor del capitalismo.
Cuando uno analiza una
economía en términos amplios, desea que la gente asuma riesgos. Unos pocos
triunfarán y muchos fracasarán, porque la mayoría no es del todo consciente de
la dimensión del riesgo que asume. Pero, en definitiva, una economía con muchos
individuos arriesgados funcionará mejor.
¿Por qué somos tan optimistas y cómo podemos luchar contra esta tendencia?
Es la naturaleza humana; muchos de nosotros somos muy
optimistas la mayor parte del tiempo. La investigación de la cognición humana
nos remite a diversas fuentes. Una de las más poderosas es la tendencia del
individuo a exagerar sus talentos, a creer que está “por encima del promedio” en
cuanto a rasgos positivos y habilidades.
Analicemos una encuesta realizada a
un millón de estudiantes universitarios: cuando se les pidió que se calificaran
en comparación con sus pares, el 70 por ciento dijo que superaba el promedio en
habilidad para el liderazgo, mientras que sólo un 2 ciento se ubicó por debajo
de la media.
Respecto de su capacidad para llevarse bien con los demás, el 60
por ciento dijo estar en el 10 por ciento superior, y el 25 por ciento en el 1
por ciento más alto. La gente le asigna a la verdad de sus opiniones una
probabilidad bastante más elevada de la que sería justificable. Ésta es una de
las razones por las que los individuos operan en el mercado bursátil, por lo
general con malos resultados.
La inclinación natural a exagerar nuestros
talentos se complica en mayor grado con la tendencia a percibir de manera
errónea las causas de los acontecimientos. El patrón típico de estos “errores de
atribución”, como los llamamos los psicólogos, es asignarse el mérito de los
resultados positivos y arrogar los negativos a factores externos, no importa
cuál sea su verdadera causa.
Un estudio de las cartas a los accionistas de
los informes corporativos anuales, por ejemplo, reveló que los ejecutivos
tienden a adjudicar los resultados favorables a los factores que están bajo su
control —como la estrategia de negocios o los programas de I&D y los
desfavorables a factores externos que no pueden dominar, como la inflación o el
clima.
¿Significa que los ejecutivos exageran el grado de control que tienen
sobre los acontecimientos?
Sí. Y no soy el primero que lo dice.
Los trabajos de James March y Zur Shapira sugieren que ven al riesgo como un
desafío a enfrentar mediante el ejercicio de la habilidad, y que los resultados
son, en buena medida, producto de sus acciones y las de su organización. En la
imagen idealizada que tienen de sí mismos no son “apostadores”, sino agentes
prudentes y decididos que controlan a las personas y los acontecimientos.
Al
momento de hacer pronósticos suelen ignorar o minimizar la posibilidad de que
haya hechos aleatorios o incontrolables capaces de impedir el avance hacia una
meta.
Los estudios que comparan los resultados reales de los proyectos de
inversión de capital, las fusiones y adquisiciones y el ingreso a los mercados
con las expectativas originales de los gerentes, indican una fuerte propensión
hacia el optimismo excesivo.
Por ejemplo, el análisis de nuevos
emprendimientos en una amplia variedad de industrias reveló que más del 80 por
ciento no logró alcanzar su meta de participación de mercado, y esos estudios
están respaldados por las observaciones de los ejecutivos. Tal como suele
ocurrir con el resto de la gente, los líderes de negocios también exageran sus
habilidades personales, en especial respecto de los rasgos ambiguos y más
difíciles de medir, como la “habilidad gerencial”.
Una desmedida confianza en
sí mismos puede llevarlos a suponer que serán capaces de evitar o superar con
facilidad los problemas potenciales a la hora de ejecutar un proyecto. Y a esto
se suma su inclinación a atribuirse el mérito frente a los golpes de
suerte.
Pensemos, por ejemplo, en las fusiones y adquisiciones: llegan en
olas, durante períodos de expansión económica. Pero los ejecutivos son proclives
a adjudicar el sólido desempeño corporativo a sus propias acciones y
capacidades, antes que al vigor de la economía.
Por consiguiente, muchas de
las decisiones tomadas en este terreno son resultado de un orgullo excesivo,
dado que al evaluar a una posible compañía para una adquisición, llegan a creer
que con una planificación cuidadosa y habilidades para la gestión lograrán
hacerla funcionar. Los estudios del desempeño post-fusión muestran que, en
general, están equivocados.
¿Asumir un riesgo es sinónimo de coraje?
Coraje es la
disposición a correr un riesgo una vez que uno conoce las probabilidades; el
exceso de confianza, o de optimismo, significa que uno está asumiendo el riesgo
porque desconoce las probabilidades. Hay una gran diferencia.
¿Por qué razón los grupos son más optimistas que los
individuos?
Porque en ellos las dudas se inhiben. Hay una fuerte
inclinación humana y muchos incentivos para apoyar al grupo, lo que los lleva a
asumir más riesgos que los individuos.
¿Cómo afecta su teoría a la toma de decisiones?
De
muchas maneras. Cuando uno piensa en términos de pérdidas, debido a que cobran
mucha más importancia que las ganancias, desarrolla una fuerte aversión al
riesgo.
En cambio, cuando se piensa en función de la riqueza (como plantea la
Teoría de la Utilidad), la aversión al riesgo suele ser menor. Supongamos que le
hago una apuesta tirando al aire una moneda. Si adivina de qué lado caerá, usted
gana 1.500 dólares; si se equivoca, pierde 1.000 dólares. En la práctica, nadie
quiere asumir este riesgo. Pero no ocurrirá lo mismo si le pido que piense en su
riqueza, y en dos estados del mundo.
En uno, usted tiene una determinada
riqueza, a la que llamaremos “R”. En el otro, usted no conoce con exactitud su
riqueza; cree que es igualmente posible que tenga R – 1.000 dólares o R + 1.500
dólares.
¿Cuál de estos dos estados del mundo es mejor?
La
mayoría diría que el segundo. Pero es el mundo en el que usted elige
estar si aceptó la apuesta en la primera elección. Éste es el “efecto del
encuadre”, e ilustra la observación general de que pensar en términos de riqueza
suele reducir la aversión al riesgo.
¿Está equivocada la gente si piensa de este
modo?
Cuando uno piensa en términos de estados de riqueza está
tomando en cuenta el largo plazo. En la medida que sea más razonable pensar en
el largo plazo, ése es el cálculo que las personas deberían hacer. En general,
cuanto más global sea nuestra visión, más cerca estará de la racionalidad y de
la neutralidad del riesgo.
¿Cómo ha evolucionado la percepción del riesgo desde que usted empezó
a investigarla?
Está cada vez menos asociada al conocimiento.
Nuestra innovación radicó en haber identificado algunas categorías de riesgo que
eran el resultado de espejismos cognitivos.
Hace poco leí un trabajo titulado
“El riesgo como sentimiento”, y me gustó esa idea de que lo primero que sentimos
es miedo, y que desde ese miedo percibimos el riesgo. Con miedo, la probabilidad
no importa demasiado: la emoción es dominada por la posibilidad de lo que podría
ocurrir, y no tanto por la probabilidad. Entonces, cuanto más emocional es un
acontecimiento, menos razonables son las personas.
Se dice que su pensamiento influye en millones de dólares de
inversión.¿Cómo se siente al respecto?
No creo en esa
afirmación, de manera que tampoco me siento responsable de las inversiones de
otros.
Creo que la economía y las finanzas conductistas han tenido cierto
impacto, pero limitado. Ahora hay una moda conductista; y durante las modas, la
gente suele darle un nuevo nombre a lo que está haciendo para adaptarse a
ellas.
Por supuesto, no soy responsable de la economía ni de las finanzas
conductistas; en esos campos, el trabajo está en manos de economistas
profesionales, y yo soy psicólogo. Pero me agradará ver que nuestra labor
alienta a las personas y las organizaciones a ser más reflexivas sobre sus
decisiones, y que fomenta políticas para facilitar decisiones
racionales.
Fuente: Karen Christensen - Intermanagers México
No hay comentarios:
Publicar un comentario